jueves, 26 de julio de 2012

CONVERSACIONES CON LA SEÑORA MARCEL BLUES


 Parte II
Del libro inédito: 
"Pregúntale a Rose"
Anécdotas, ensayos, preguntas y respuestas sobre el sexo y las relaciones  
Por: Rossalinna Benjamin


                  UN ESCALÓN HACIA NOSOTRAS
                        En defensa de las lesbianas    


Entro acalorada a la asamblea del Congreso. Entre el público destacan los impecables diputados y las lesbianas y activistas hembras y varones, radiantes en sus camisetas rosas con el arcoiris de la bandera LGBT en la espalda. Camino con mi grabadora encendida hacia los laterales del frente. El auditorio está asombrosamente silencioso. Todos atienden concentrados, fascinados incluso, a una enérgica e iluminada señora Marcel Blues que desde el podio está diciendo en aquel instante:

 “…Y a esos violadores de lesbianas, y todos esos equivocados respecto a las preferencias de estas increíbles mujeres, tengo que decirles esto:

Lo siento, me encantaría poder satisfacer con una mentira piadosa, su ego tan masculino, que simplemente no soporta la idea de que una mujer pueda preferir el sexo con otra mujer, antes que con un hombre, pero cada vez que se acuesten con una obtendrán en lo que acontece las respuestas, los motivos que lleva a un proceder tan incomprensible, inasimilable y por tanto inadmisible para ustedes, que están encerrados, chocándose perpetuamente contra las duras paredes de su cuadrado cerebro masculino.

Sencillamente, con uno que otro agravante o atenuante, ellas prefieren el sexo femenino porque con este pueden alcanzar una mayor plenitud del goce. Y, por supuesto, que no hablo sólo de sexo, pero en esta ocasión me voy a referir más que nada a ello, por ser lo más básico.

Para nadie debe ser un secreto, a estas alturas, que la intuición femenina es la fuente de la empatía. Los hombres que logran empatía con los demás hombres y mujeres, es porque se han puesto en contacto con su femenino lo suficiente para adquirir este indispensable rasgo de carácter. Una vez el hombre reduce la brecha entre su masculino y su femenino, ya comienza el proceso de identificación con la mentalidad, el carácter, el sentir de las mujeres y una vez logrado eso, lo demás es pan comido. No exageran los chistes que implican lo difícil de comprender a una mujer. Quien pueda hacer eso, puede recrear el mundo.

Pero lo cierto es que por mucho que se acerquen los hombres a esa identificación con la feminidad, siempre una mujer lo hará mejor, porque ya lo trae en su ser cuando nace y se afina con la experiencia.

Entendido esto, no es entonces de extrañar, que también en el sexo, una mujer pueda llevar a otra a cumbres más elevadas de placer que un hombre común y corriente. En la cama un hombre puede suponer, imaginar, inventar, probar; una mujer intuye y guiada por esa profunda identificación con las necesidades de su compañero, darle exactamente lo que necesita. Además de que (al margen de las diferencias entre unas y otras), la mujer sabe, por sí misma, exactamente qué hace vibrar a las mujeres y cómo debe hacerse.

Entonces, ¿quién mejor que una mujer para entender-complacer a otra mujer?

Esto les dolerá, queridos, pero las mujeres, que honestamente piensan, dicen y creen que el sexo con hombres comunes y corrientes es lo máximo, en muchos casos es porque no han probado el sexo con otra mujer. Con otra mujer que entienda y goce el sexo en toda la magnífica extensión del concepto femenino.

Entrevisté a una pareja lesbiana amiga mía, saludo su presencia en esta sala, y  Sandy declaraba al respecto: “es inexplicable la singularidad de este placer, es un disfrute más allá de cualquier razonamiento. Cuando tenemos sexo no necesitamos asumir roles, es totalmente natural: dos mujeres haciéndose gozar y gozándose mutuamente, en todas sus infinitas posibilidades. ¿Puedes imaginarlo? Es pleno, diferente, único ¡perfecto!”.

Y su novia Kelly añadió: “No me veo imaginando a  Sandy como un hombre, si necesitara eso para sentirme plena buscaría un hombre, por lógica. Precisamente lo que me hace lesbiana es que prefiero a las mujeres, eso es sentido común. Amo su cuerpo de mujer y su alma de mujer. Es su naturaleza femenina lo que me atrae. Y no, no “llega el momento en que anhelamos o necesitamos un hombre”, como cree mucha gente. Nosotras en nuestra inmensa y poderosa sexualidad femenina hallamos el falo, que es absolutamente más satisfactorio que un pene. Esos hombres que piensan así de nosotras, deberían encontrar su falo también.”

Así es, caballeros. Comprender y tratar de asimilar esto, les traerá múltiples beneficios. Pues, aparte de evitar los problemas legales y sociales que su comportamiento erróneo les trae por atentar contra los derechos fundamentales de esos seres humanos, también mejorarán significativamente sus relaciones con las mujeres (incluyendo jefas, amigas, hermanas, madres y… ¡suegras!) No tengo que explicarles qué conveniente sería eso para sus estresadas vidas.

Asi que, ¿Por qué no se hacen un favor y avanzan un escalón hacia nosotras?, no sólo las lesbianas, no, sino hacia todas las del ser femenino. Y digo el ser y no el sexo, porque hay muchas entre nosotras que contando con una vagina no son mujeres, pues no encarnan en sí lo femenino. Tratan de imitar a los hombres y al quedarse cortas en ello, desarrollan envidia hacia estos y desprecio hacia sus congéneres.

De igual modo entre ustedes hay muchos que son verdaderas damas con verga. Hombres con una intuición tan desarrollada y un lado femenino tan bien asimilado que nos hacen sentir verdaderamente afortunadas de tenerlos junto a nosotras. No necesariamente gays, (aunque sí muchos de ellos), sino inteligente hombres heterosexuales que por su aprecio por las mujeres o por las razones que sea, se han aplicado a conocerlas, analizarlas, entenderlas, finalmente intuirlas y así lograr complacerlas. Aunque algunos usan ese conocimiento para manipularlas y hacerlas daño, gracias a Dios, esos no son mayoría. Gran parte de los hombres que hacen daño a las mujeres es, precisamente por lo contrario: por no entenderlas ni identificarse con ellas.

Cuando el hombre logra una empatía tal con las mujeres, no puede sino amarlas en su singularidad y aceptarlas en su pluralidad.

Aprendan esto y dejen en paz a las lesbianas. Ellas no requieren de ningún proceso sexual “correctivo”, ni de ningún tipo. Ustedes en su arrogante ignorancia  están tratando de forzar para entrar a un conducto al que sólo se puede acceder flexibilizándose. Lo único que logran en este absurdo intento es lastimar y lastimarse. En vez de este proceder inútilmente brutal, déjennos echarles esta mano y ¡Suban este otro escalón hacia nosotras!. ¡Muchas gracias!”.

Todos se ponen de pie y aplauden atronadoramente, silbidos y vítores por doquier. Jamás hubiera imaginado que aquello sería posible. Nuestro país es uno de los más machistas del Caribe. Pero las ardidas palabras de aquella inigualable mujer llegaban directo al lado correcto del cerebro, adonde podían procesarse adecuadamente. Había logrado tocarles la conciencia…y el corazón.

La señora Marcel Blues, termina de recoger sus papeles y baja del podio serena. De repente se da cuenta de los aplausos y mira tras de sí, luego hacia el frente donde todos le miran jubilosos y siguen aplaudiendo y felicitándola. Entonces, como si saliera de un sueño ella sonríe y sin entender bien la situación, comienza a aplaudir también, a silbar y gritar ¡bravo! alegremente.

Aprovecho para escabullirme entre el público, me toco el carnet de “Prensa” que me franqueó la entrada y me encamino rápidamente hacia el parqueo. Allí, justo al lado de mi pequeño Audi, abriendo la cajuela de su viejo Rolls, está una risueña señora Marcel Blues. –Hey, Rose! ¿Lograste grabar una buena parte del discurso? Confiaba en tu curiosidad para guardarlo en mis archivos, ya que olvidé mi grabadora, después de todo.- Me guiña de nuevo el ojo, divertida con mi azoramiento. Recuerdo de pronto esa escena de “El mundo de Sofía”, en que Wilde le guiña el ojo a Sofía desde el espejo. Ya se va haciendo costumbre con la increíble señora Marcel Blues.

Paso de la sorpresa a la mortificación y de esta a la risa. Es increíble cómo llega a conocerte una persona, tan sólo con un par de intensas conversaciones.

miércoles, 25 de julio de 2012

CONVERSACIONES CON LA SEÑORA MARCEL BLUES

                                                          Parte I
 Del libro inédito: 
"Pregúntale a Rose"
Anécdotas, ensayos, preguntas y respuestas sobre el sexo y las relaciones  
Por: Rossalinna Benjamin


LA DISTANCIA ADECUADA O EL PROCESO DEL DESENCANTO



-¿Adónde va tan elegante, señora Marcel Blues?- Le pregunto a mi ídolo del vecindario o probablemente del mundo, cuando la veo salir de su casa vestida como la princesa Diana en sus mejores días de asistencia a alguna causa benéfica. Es sorprendente el cambio que se opera en ella en ocasiones como esta, pues viste todo el tiempo ropa muy cómoda y con un estilo muy particular, algo entre hippy y amazona, que de hecho, le va muy bien.

-¡Oh, hola, Rose! ¡Eeeh…eres tú!- Me dice cortésmente, sin embargo, dejando claro en su gesto de levantar las dos cejas al mismo tiempo que no es ninguna sorpresa y en la forma en que casi desorbita los ojos, que en todo caso no es una sorpresa precisamente agradable “o más bien, oportuna”, diría ella siempre tan correcta y gentil, aunque con mucho carácter.

Sí, a ese nivel de profundidad conozco a la señora Marcel Blues. Y no es que seamos íntimas ni nada parecido, la señora Marcel Blues es la persona más hermética o, como lo expresaría ella: “amistosamente distanciada” que yo he conocido en mi vida. Paradójicamente, es la que más me ha enseñado sobre el ser humano y sobre el género femenino en particular. Y sé porqué. Ella me lo explicó, ¡claro!

“Es que cuando dos personas se acercan demasiado pierden la perspectiva, la visión del Otro se hace demasiado exagerada y por eso los conflictos y malentendidos. Imagina,
-me dice-, que estás mirando una imagen en una pantalla, supongamos que es la cara del chico que te trae loca. A una distancia muy larga, no tienes una real perspectiva de él, de su rostro, sólo puedes suponer los detalles, especular, imaginar, hasta inventar, ya que tu única fuente de datos es tu memoria. Sabes que tiene un barrito en la mejilla izquierda, pero no sabes si viene de una sala de cirugía estética donde se lo ha extirpado. Igualmente una persona a la que trates y se sitúe demasiado lejos de ti, no te dará la oportunidad de observarla, evaluarla, conocerla y valorarla en su justa medida y por tanto no puedes estar segura de nada y si lo estás o eres demasiado crédula (lo cual es malo) o podrías estar prejuzgando (lo cual es peor).

En cambio, volviendo a la imagen en pantalla y acercándola  a la distancia adecuada, lo verás hermoso, con su barrito intacto en la mejilla, perfecto en su imperfección, bellamente humano, tal cual es. La distancia adecuada entre dos sujetos es aquella en la cual cada uno tiene la mejor perspectiva del otro.

Sin embargo, acerca la imagen más y más y más todo lo que puedas… ¿Cómo lo ves ahora? O quizás la pregunta debería ser ¿Qué ves? ¿Eso ya no se te parece mucho al chico de tus sueños, verdad?  De hecho, me atrevería apostar que lo único que tienes ante la vista, todo lo que ves es esa enorme mancha abultada de lo que fuera un simple barrito y te parece realmente asquerosa.

¿Ves? Eso es lo que hace la mayoría de la gente, a menudo. Por esa razón tantas relaciones que pudieron ser grandiosas terminan rotas, porque no guardaron la distancia adecuada en la cual pudieran apreciarse mutuamente sin perder la perspectiva.

De tan cerca, los defectos se ven muy grandes, la belleza y las virtudes desaparecen, sólo se puede ver al otro como imagen, como un montón de pixeles cegadores y molestos en una pantalla, y por tanto, hostiles y fuera de nuestro alcance, imposibilitado de desarrollar una relación real con nosotros. Así las cosas, nos desapegamos y distanciamos emocionalmente para protegernos de la invasión, redundando todo en lo que llamamos el…

-Desencanto. Digo yo, sin poder evitarlo. Y cubriéndome la boca con las manos inmediatamente, abochornada por dejar escapar con mi admirada señora Marcel Blues, esa vieja manía de terminar las frases de mis interlocutores. Afortunadamente ella es toda una dama y además en verdad aprecia conversar conmigo por lo cual solo sonríe a medias y mueve la cabeza afirmativamente.

“Exacto: desencanto. Hasta la palabra es un poco fea. Algo que pudiera evitarse completamente si llevamos con prudencia el proceso de acercamiento a los demás. La mejor prueba de amor que puedes darle a alguien es respetar su espacio. Cuando lo invades, quebrantas su sistema de seguridad y por tanto, alarmas su instinto de conservación, poniendo todo su ser en alerta roja y colocándote a ti mismo en la posición de “Objetivo”.  Su ser, automáticamente comienza a percibirte como el enemigo.

Violar el espacio vital del otro es poner en peligro la confianza del otro, la relación y a uno mismo.

El afecto y el respeto son líneas paralelas interdependientes, donde se quiebra una se debilita (cuando menos) la otra.  Es difícil respetar a quien desprecias u odias. En cambio, siempre respetarás a alguien a quien verdaderamente quieras, pues si no sientes respeto hacia su ser, no hay tal afecto.

En conclusión, una de las cosas que más valoramos es nuestro espacio vital, nuestra intimidad, nuestra individualidad, una intromisión imprudente del otro es considerada un ataque a la integridad y por tanto una lesión al código relacional establecido. Al otro, a su espacio, hay que asomarse con la misma cautela con que toma un colibrí una gota de rocío de un pistilo de magnolia. De otro modo se corre el riesgo de quebrarlo.

 No exagero, Rose, ¡no me mires así!”

Me sonrojo: -No es eso, señora Marcel Blues, es solo que me parece una comparación bastante cursi. Perdone usted.-

-Sí que lo es, por Dios!- Ella me señala con el dedo entre carcajadas que le arrancan lágrimas. A punto está de arruinar su fabuloso maquillaje, al cual no termino de acostumbrarme. De algún modo, en la imagen que tenía de ella antes de hoy no encajaba para nada cosmético alguno. Pero esta nueva señora Marcel Blues es toda una revelación y es tan encantadora como la otra.

Me río también y me despido de ella agradeciéndole la charla. De camino hacia mi indispensable cita diaria con el río pienso con una sonrisa que al final la señora Marcel Blues no me dijo adónde iba así emperifollada. También pienso que de seguro en ese momento está haciendo lo de costumbre, es decir, devolverse agitada a buscar alguna cosa que olvidó. Miro hacia atrás para comprobarlo. Efectivamente, está abriendo la casa y desde aquí puedo ver sus labios moviéndose y su gesto malhumorado. Vuelvo a reir, imaginando las lindezas que debe estar soltando por esa boca bien pintada. La señora Marcel Blues, maldice que es un encanto. Me asegura que cada día aprende tres nuevas palabras obscenas para ocasiones como esas en que resultan tan útiles. Le pregunto que de dónde las toma y haciendo un gesto de restarle importancia, me responde: “ah, eso es lo de menos! Hay mucho de donde escoger: los reguetoneros, los libros de poesía, el muelle, los cobradores, ciertas amas de casa, las  estrellas de rock, el diario de mi último ex…infinidad de fuentes maravillosamente dotadas”.

Su voz, asombrosamente tranquila y alegre interrumpe mis pensamientos:

-¡Hey, Rose, ven aquí, por favor! ¿No olvidaste algo?-

-Usted me dirá, señora Marcel Blues- me hago la desentendida.

Ella ríe de lado, no se traga el cuento. –Bien, creí que querías saber a donde voy…

-No es necesario que me lo diga, señora Marcel Blues, no quisiera entrometerme en su espacio- la miro con cautela y se ríe.

-Ay, eres increíble, muchacha, llegarás lejos, lo sé. Sabes demasiado. En realidad me interesa que sepas adonde voy, pues muy pronto te hablaré de eso. Estoy camino de un gran acontecimiento, me dice mientras revisa su bolso, la primera reunión de la comunidad lesbiana del país con el Congreso. Haré una ponencia allí.-

Abro los ojos como platos. Gracias a Dios logro bajar la vista antes de que se enderece y me mire de nuevo y logro preguntar con razonable naturalidad:

-¿Es usted lesbiana, señora Marcel Blues? Uppps! Perdone, no me responda, es muy personal. ¡Qué torpe soy! ¡No aprendo nunca!

-No te preocupes, Rose. A ti puedo decírtelo y entenderás, eres casi tan Open Mind como yo. (¡Siento que voy a salir volando! ¡Dios, me lo dice a mí!). No, Rose, no soy lesbiana. Pero tengo otra condición que me hace más que facultada para ir a luchar por su causa: Soy mujer. Y…Rose, puedes tutearme, debe ser bastante pesado tener que llamarme por mi nombre completo cada vez.-

-Oh, gracias señora Marcel Blues, pero eso sí que no lo aceptaré. No podría acostumbrarme, ya sabe! La distancia adecuada- Sonrío por su cara de estupefacción. La señora Marcel Blues es muy extraña. Ahora siempre estaré temiendo su “desencanto” de mí. Al final se relaja y se encoge de hombros: -De acuerdo, la distancia adecuada!- Reímos.

Me guiña un ojo y se va casi corriendo a su auto.

“¡Por Dios, estoy retrasada!” La oigo exclamar mientras arranca.

Miro mi celular y ya estoy retrasada quince minutos para mi cita con mi amigo de agua. Espero que no esté malhumorado cuando llegue. No sé nadar.

La señora Marcel Blues es sólo un punto negro en su auto que a la distancia parece de juguete. He perdido la perspectiva de ambos así que mejor espero a que vuelvan a estar a la distancia adecuada.