Parte I
Del libro inédito:
"Pregúntale a Rose"
Anécdotas, ensayos, preguntas y respuestas sobre el sexo y las relaciones
Por: Rossalinna Benjamin
LA DISTANCIA ADECUADA O EL PROCESO DEL DESENCANTO
-¿Adónde va
tan elegante, señora Marcel Blues?- Le pregunto a mi ídolo del vecindario o
probablemente del mundo, cuando la veo salir de su casa vestida como la
princesa Diana en sus mejores días de asistencia a alguna causa benéfica. Es
sorprendente el cambio que se opera en ella en ocasiones como esta, pues viste
todo el tiempo ropa muy cómoda y con un estilo muy particular, algo entre hippy
y amazona, que de hecho, le va muy bien.
-¡Oh, hola,
Rose! ¡Eeeh…eres tú!- Me dice cortésmente, sin embargo, dejando claro en su gesto
de levantar las dos cejas al mismo tiempo que no es ninguna sorpresa y en la
forma en que casi desorbita los ojos, que en todo caso no es una sorpresa precisamente agradable
“o más bien, oportuna”, diría ella siempre tan correcta y gentil, aunque con
mucho carácter.
Sí, a ese
nivel de profundidad conozco a la señora Marcel Blues. Y no es que seamos
íntimas ni nada parecido, la señora Marcel Blues es la persona más hermética o,
como lo expresaría ella: “amistosamente distanciada” que yo he conocido en mi
vida. Paradójicamente, es la que más me ha enseñado sobre el ser humano y sobre
el género femenino en particular. Y sé porqué. Ella me lo explicó, ¡claro!
“Es que
cuando dos personas se acercan demasiado pierden la perspectiva, la visión del
Otro se hace demasiado exagerada y por eso los conflictos y malentendidos.
Imagina,
-me dice-,
que estás mirando una imagen en una pantalla, supongamos que es la cara del
chico que te trae loca. A una distancia muy larga, no tienes una real
perspectiva de él, de su rostro, sólo puedes suponer los detalles, especular,
imaginar, hasta inventar, ya que tu única fuente de datos es tu memoria. Sabes
que tiene un barrito en la mejilla izquierda, pero no sabes si viene de una
sala de cirugía estética donde se lo ha extirpado. Igualmente una persona a la
que trates y se sitúe demasiado lejos de ti, no te dará la oportunidad de
observarla, evaluarla, conocerla y valorarla en su justa medida y por tanto no
puedes estar segura de nada y si lo estás o eres demasiado crédula (lo cual es
malo) o podrías estar prejuzgando (lo cual es peor).
En cambio,
volviendo a la imagen en pantalla y acercándola
a la distancia adecuada, lo verás hermoso, con su barrito intacto en la
mejilla, perfecto en su imperfección, bellamente humano, tal cual es. La distancia
adecuada entre dos sujetos es aquella en la cual cada uno tiene la mejor
perspectiva del otro.
Sin
embargo, acerca la imagen más y más y más todo lo que puedas… ¿Cómo lo ves
ahora? O quizás la pregunta debería ser ¿Qué ves? ¿Eso ya no se te parece mucho
al chico de tus sueños, verdad? De
hecho, me atrevería apostar que lo único que tienes ante la vista, todo lo que
ves es esa enorme mancha abultada de lo que fuera un simple barrito y te parece
realmente asquerosa.
¿Ves? Eso
es lo que hace la mayoría de la gente, a menudo. Por esa razón tantas
relaciones que pudieron ser grandiosas terminan rotas, porque no guardaron la
distancia adecuada en la cual pudieran apreciarse mutuamente sin perder la
perspectiva.
De tan
cerca, los defectos se ven muy grandes, la belleza y las virtudes desaparecen,
sólo se puede ver al otro como imagen, como un montón de pixeles cegadores y
molestos en una pantalla, y por tanto, hostiles y fuera de nuestro alcance,
imposibilitado de desarrollar una relación real con nosotros. Así las cosas,
nos desapegamos y distanciamos emocionalmente para protegernos de la invasión,
redundando todo en lo que llamamos el…
-Desencanto.
Digo yo, sin poder evitarlo. Y cubriéndome la boca con las manos
inmediatamente, abochornada por dejar escapar con mi admirada señora Marcel
Blues, esa vieja manía de terminar las frases de mis interlocutores.
Afortunadamente ella es toda una dama y además en verdad aprecia conversar
conmigo por lo cual solo sonríe a medias y mueve la cabeza afirmativamente.
“Exacto:
desencanto. Hasta la palabra es un poco fea. Algo que pudiera evitarse
completamente si llevamos con prudencia el proceso de acercamiento a los demás.
La mejor prueba de amor que puedes darle a alguien es respetar su espacio. Cuando
lo invades, quebrantas su sistema de seguridad y por tanto, alarmas su instinto
de conservación, poniendo todo su ser en alerta roja y colocándote a ti mismo
en la posición de “Objetivo”. Su ser,
automáticamente comienza a percibirte como el enemigo.
Violar el
espacio vital del otro es poner en peligro la confianza del otro, la relación y
a uno mismo.
El afecto y
el respeto son líneas paralelas interdependientes, donde se quiebra una se
debilita (cuando menos) la otra. Es
difícil respetar a quien desprecias u odias. En cambio, siempre respetarás a
alguien a quien verdaderamente quieras, pues si no sientes respeto hacia su
ser, no hay tal afecto.
En
conclusión, una de las cosas que más valoramos es nuestro espacio vital,
nuestra intimidad, nuestra individualidad, una intromisión imprudente del otro
es considerada un ataque a la integridad y por tanto una lesión al código
relacional establecido. Al otro, a su espacio, hay que asomarse con la misma
cautela con que toma un colibrí una gota de rocío de un pistilo de magnolia. De
otro modo se corre el riesgo de quebrarlo.
No exagero, Rose, ¡no me mires así!”
Me sonrojo:
-No es eso, señora Marcel Blues, es solo que me parece una comparación bastante
cursi. Perdone usted.-
-Sí que lo
es, por Dios!- Ella me señala con el dedo entre carcajadas que le arrancan
lágrimas. A punto está de arruinar su fabuloso maquillaje, al cual no termino
de acostumbrarme. De algún modo, en la imagen que tenía de ella antes de hoy
no encajaba para nada cosmético alguno. Pero esta nueva señora Marcel Blues
es toda una revelación y es tan encantadora como la otra.
Me río
también y me despido de ella agradeciéndole la charla. De camino hacia mi
indispensable cita diaria con el río pienso con una sonrisa que al final la
señora Marcel Blues no me dijo adónde iba así emperifollada. También pienso que
de seguro en ese momento está haciendo lo de costumbre, es decir, devolverse
agitada a buscar alguna cosa que olvidó. Miro hacia atrás para comprobarlo.
Efectivamente, está abriendo la casa y desde aquí puedo ver sus labios
moviéndose y su gesto malhumorado. Vuelvo a reir, imaginando las lindezas que
debe estar soltando por esa boca bien pintada. La señora Marcel Blues, maldice
que es un encanto. Me asegura que cada día aprende tres nuevas palabras
obscenas para ocasiones como esas en que resultan tan útiles. Le pregunto que
de dónde las toma y haciendo un gesto de restarle importancia, me responde: “ah,
eso es lo de menos! Hay mucho de donde escoger: los reguetoneros, los libros de
poesía, el muelle, los cobradores, ciertas amas de casa, las estrellas de rock, el diario de mi último
ex…infinidad de fuentes maravillosamente dotadas”.
Su voz,
asombrosamente tranquila y alegre interrumpe mis pensamientos:
-¡Hey,
Rose, ven aquí, por favor! ¿No olvidaste algo?-
-Usted me
dirá, señora Marcel Blues- me hago la desentendida.
Ella ríe de
lado, no se traga el cuento. –Bien, creí que querías saber a donde voy…
-No es
necesario que me lo diga, señora Marcel Blues, no quisiera entrometerme en su
espacio- la miro con cautela y se ríe.
-Ay, eres
increíble, muchacha, llegarás lejos, lo sé. Sabes demasiado. En realidad me
interesa que sepas adonde voy, pues muy pronto te hablaré de eso. Estoy camino
de un gran acontecimiento, me dice mientras revisa su bolso, la primera reunión
de la comunidad lesbiana del país con el Congreso. Haré una ponencia allí.-
Abro los
ojos como platos. Gracias a Dios logro bajar la vista antes de que se enderece
y me mire de nuevo y logro preguntar con razonable naturalidad:
-¿Es usted
lesbiana, señora Marcel Blues? Uppps! Perdone, no me responda, es muy personal.
¡Qué torpe soy! ¡No aprendo nunca!
-No te
preocupes, Rose. A ti puedo decírtelo y entenderás, eres casi tan Open Mind
como yo. (¡Siento que voy a salir volando! ¡Dios, me lo dice a mí!). No, Rose,
no soy lesbiana. Pero tengo otra condición que me hace más que facultada para
ir a luchar por su causa: Soy mujer. Y…Rose, puedes tutearme, debe ser bastante
pesado tener que llamarme por mi nombre completo cada vez.-
-Oh, gracias
señora Marcel Blues, pero eso sí que no lo aceptaré. No podría acostumbrarme, ya sabe! La distancia adecuada- Sonrío por su cara de estupefacción. La señora
Marcel Blues es muy extraña. Ahora siempre estaré temiendo su “desencanto” de
mí. Al final se relaja y se encoge de hombros: -De acuerdo, la distancia
adecuada!- Reímos.
Me guiña un
ojo y se va casi corriendo a su auto.
“¡Por Dios,
estoy retrasada!” La oigo exclamar mientras arranca.
Miro mi
celular y ya estoy retrasada quince minutos para mi cita con mi amigo de agua.
Espero que no esté malhumorado cuando llegue. No sé nadar.
La señora
Marcel Blues es sólo un punto negro en su auto que a la distancia parece de
juguete. He perdido la perspectiva de ambos así que mejor espero a que vuelvan
a estar a la distancia adecuada.